Inter Miami no pudo contra el poderío del PSG y se despidió del Mundial de Clubes

 

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Messi y su equipo quedaron eliminados por 4-0 ante un PSG, el resultado refleja no solo una diferencia de planteles, sino también una grieta en la concepción del fútbol.

No fue el regreso deseado para Lionel Messi en un torneo internacional con su equipo de la MLS. El Inter Miami fue ampliamente superado por el Paris Saint-Germain, que lo venció por 4 a 0 en los octavos de final del Mundial de Clubes disputado en Atlanta. El conjunto francés impuso su jerarquía colectiva y técnica desde el primer minuto, y el equipo norteamericano no logró nunca meterse en partido.

El PSG dominó todas las facetas del juego: intensidad, presión alta, velocidad en la circulación y eficacia frente al arco. João Neves convirtió dos goles en la primera mitad, y un desafortunado autogol de Tomás Avilés junto con un tanto de Achraf Hakimi cerraron el trámite antes del descanso. En la segunda parte, el resultado pudo haber sido más abultado, pero el equipo francés levantó el pie del acelerador.

Messi, bien marcado y con poca participación, no logró influir en el desarrollo del encuentro. La pelota le llegó poco y mal. La falta de funcionamiento colectivo en su equipo lo dejó aislado, sin espacios ni conexiones. Lo poco que generó Inter Miami vino más del orgullo individual que del juego organizado.

Lo que se vio en Atlanta no fue solo un partido desparejo, sino también una muestra de dos mundos distintos. De un lado, un equipo ensamblado con años de competencia de alto nivel, una estructura profesional y una identidad táctica definida. Del otro, un club joven, con talento en nombres propios, pero aún en formación desde lo colectivo.

La diferencia no es solo económica. Es también cultural. No alcanza con tener estrellas si no hay una idea que las contenga. El fútbol no es una suma de individualidades: es una construcción. Y cuando esa construcción no está, los mejores jugadores tampoco pueden desplegar todo su potencial.

La eliminación de Inter Miami, aunque previsible por el calibre del rival, debería dejar lecciones importantes. Si se busca competir de verdad con los mejores del mundo, no basta con apelar al espectáculo ni con sumar nombres de peso. Hay que formar equipos, generar sociedades dentro de la cancha y sostener un estilo claro que respete al juego y al jugador.


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