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El campeón de América eliminó al Inter de Milán con una actuación que combinó idea, valentía y juego colectivo
Fluminense sorprendió al mundo y se metió en los cuartos de final del Mundial de Clubes tras vencer 2-0 al Inter de Milán, en un partido donde el resultado no fue producto del azar, sino de una propuesta clara, valiente y sostenida durante los noventa minutos.
Apenas comenzaba el encuentro cuando Germán Cano, eterno oportunista del área, conectó un centro desde la izquierda y de cabeza marcó el 1-0. Fue un golpe temprano que obligó al Inter a salir, pero también un aviso: Fluminense no venía a especular.
El equipo de Fernando Diniz nunca se desfiguró. Con la pelota al pie, buscó progresar con criterio. No fue una exhibición de posesión vacía, sino una forma de controlar el partido desde la iniciativa. Los centrales salieron jugando con decisión, los laterales acompañaron cada jugada y el mediocampo —con Ganso como eje— dio sentido a cada movimiento.
Inter empujó en el segundo tiempo, como era de esperarse. Tuvo dos remates que dieron en los palos y algunas aproximaciones, pero siempre se topó con un Fluminense ordenado y solidario, que supo sufrir sin traicionar su estilo.
Y cuando el reloj se moría, apareció Hércules, con sangre fría, para sellar el 2-0 con un zurdazo cruzado que liquidó el partido y sentenció la hazaña.
Fluminense no ganó metido atrás ni por una contra aislada. Ganó porque supo a qué quería jugar y lo sostuvo en el campo. Mostró que se puede competir contra un grande europeo con una idea clara, con un equipo comprometido y con una identidad construida desde el convencimiento.
No fue sólo una victoria. Fue una reivindicación del juego bien jugado. Sin estridencias, sin necesidad de dominar en las estadísticas. Jugando con inteligencia, con coraje y con una estética que, cuando se logra combinar con la eficacia, deja un mensaje poderoso: se puede ganar jugando bien.

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